Esta tarde, ante la ausencia de fútbol potable y desafiando a las nieves perpetuas que decoran las calles de París, me he acercado a La Pagode a ver El Concierto. Para empezar, La Pagode es un edificio inspirado en la arquitectura japonesa, edificado por el dueño de los almacenes Le Bon Marché para su mujer, y ahora reconvertido en salas de cine. Aunque lo de ver cine en ese contexto puede tener rollito, una de las actividades recomendadas era tomarse un té antes o después de la película en la encantadora terraza del lugar. Las mesas estaban sobre la terraza, pero a -6º y con estalactitas colgando de las ramas de los árboles, lo más que podía hacerse era hacer una fogata y abrirse una lata de Nestea.
A todo esto, en La Pagode hay dos salas, y una sola taquilla. De manera que, como una película empezaba 15 minutos antes que El Concierto, decidieron que nos pusiéramos a un lado para que comprasen sus entradas los de la otra sala. Cuando la otra sala se hubo llenado, allí quedaban dos filas paralelas para una sola taquilla, que pronto se fundieron en una masa de gente reclamando su derecho a pasar. Fue uno de esos momentos en los que uno entiende cómo es verdaderamente Francia.

A mí, que soy muchas cosas menos sospechoso de gafapastismo, me ha parecido un peliculón. No sólo el guión es a prueba de bombas, sino que los actores, rusos y franceses, están espléndidos. Tiene un montón de momentos cómicos (esa escena genial del doblaje de una película porno en Moscú) y al final se puede hasta mojar el ojo.
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