Cuando era más joven y vehemente, solía decir que los What if?, esos ejercicios condicionales que planteaban una realidad alternativa, eran una parida.
Los años pasan, y me he ido convenciendo de que, cuando están bien hechos, cuando se construyen a partir de una hipótesis posible, los What if? pueden ser un ejercicio válido.
Todo esto viene a cuento de Fatherland, la novela de Thomas Harris, escrita en 1992, que me acabo de ventilar en poco más de una semana. Fatherland es una historieta policiaca en una Alemania nazi de 1964, vencedora de la II Guerra Mundial.
El libro está bien escrito -no podía esperar menos del autor de El Dragón Rojo-, los personajes son creíbles, la Alemania nazi descrita es interesante, y hasta aporta un dato que yo desconocía: se tardaba unas doce horas en ir en tren desde Berlín hasta Auschwitz. Esto es, doce horas compartiendo vagón sin ventilación con otras 59 personas.
El problema de Harris es que basa su hipotético mundo en la victoria alemana en la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS. El libro plantea entonces un Reich paneuropeo que va de Londres a Moscú, de Helsinki a Madrid, con Churchill refugiado en Canadá y con los Estados Unidos viviendo una Guerra Fría alternativa con los nazis al otro lado del Atlántico.
Muchos autores se han hecho pajas mentales con este tema, y la conclusión generalizada es que a Hitler le pudo, como a Napoleón un siglo y medio antes, la megalomanía. Si no hubiese abierto el frente ruso (tenía un tratado de no agresión firmado con el hijoputa sanguinario de Stalin), podría haber completado la invasión de Gran Bretaña con calma. Y después, ya con detenimiento, decidir cómo hincarle el diente a los ruskis.
Afortunadamente para todos -o para casi todos- Hitler metió la gamba.
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