Cuando la culpa puede al placer

Hablo de Grease, los Goonies, o el cine de Michael Bay. En EE. UU. a ese tipo de películas tontorronas pero entrañables les llaman "guilty pleasures", placeres culpables que, cual terrina de Chunky Monkey de Ben & Jerry's, uno se regala de vez en cuando.

The Expendables es una película con Sylvester Stallone, Jason Statham, Dolph 23 años después de He-Man Lundgren, Jet Li, Eric Roberts, Mickey Rourke y dos cameos de Bruce Willis y el mismísimo Governator Arnie. Más placer culpable imposible.
La idea es una vuelta a ese cine testiculítico de finales de los 80 y principios de los 90, con esos guiones imposibles protagonizados por personajes como Mario Cobretti o Jack Slater.

Una película así sólo hay una manera de hacerla: sin tomársela en serio.
El problema es que Stallone, convencido de que sabe dirigir acción (y eso que en Rambo 4 no lo había hecho mal), se equivoca en casi todo. Para empezar, en darse el papel protagonista. Un tío de 64 años no puede llevar el peso de una peli de acción a sus espaldas, y menos pretendiendo relegar al para mí mejor actor de acción de la década actual, Jason Statham, al papel de sidekick, o secundario cómico. Stallone no sólo no consigue sonreír en toda la peli (lo intenta, pero la piel no da más de sí), sino que además cada vez que se pone a correr, se le notan los años una barbaridad.

En una película así, el guión no tiene ni pies ni cabeza. En The Expendables, tampoco. El libreto, co-firmado por Silvestre, tiene escenas de acción apiladas una sobre la otra  -con una violencia muy explícita filmada demasiado rápidamente para poder ser disfrutada-, pero el problema está en el diálogo. Sly otorga al mejor actor de toda la pandilla, Bruce Willis, un cameo de tres minutos. Cameo memorable, eso sí, a tres bandas entre Schwarzenegger, Stallone y Willis. Hace veinte años, semejante escena habría sido una junta directiva del Planet Hollywood. A Jason Statham le quedan líneas tontas, y al otro actor de verdad, Mickey Rourke, le deja una disertación sobre el alma que parece copipegada de un "Kant para tontos".

Al acabar los 90 minutos de metraje, uno siente más sentimiento de culpa -10 euros son muchos euros- que de placer. Es lo que tiene ir a ver una película que ya lo anuncia en su título: prescindible.

1 comentarios:

Hopewell said...

He vuelto.
Quiero decir... el mundo según hopewell ha vuelto de entre los muertos.

Y sobre The expendables... poco más que añadir a lo que tu mencionas.