Pateando las convenciones: Kick-Ass

Siendo un consumidor compulsivo como soy de cine, rara es la película que escapa a mi radar antes de que la gente oiga hablar de ella. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, hay películas -máximo dos al año- que descubro tarde, voy a ver sin apenas referencias, y encima me acaban gustando. A bote pronto, podría citar a 300, Taken, El concierto y poco más en los últimos años.

Kick-Ass se ha colado por méritos propios en este grupeto de películas que me dejan pegado a la butaca.
Y es que Kick-Ass es diferente. En una época de hipocresía moral paroxística, en la que Jack Bauer no puede decir fuck y en cambio triunfa por todo lo alto una web que enchufa tu webcam a la de un tipo aleatorio que probablemente te enseñe el rabo, Kick-Ass es un soplo de aire fresco frente a todas las películas de Hollywood cortadas por el mismo patrón de corrección política y minimización del riesgo comercial. El director de la historia es Matthew Vaughn, que empezó su carrera como productor de Guy Ritchie, y tras conocer al autor del cómic original Kick-Ass, intentó venderle el proyecto a todas las majors americanas. Ninguna lo quiso, así que Vaughn se lió la manta a la cabeza, consiguió que Brad Pitt y otros cuantos pusieran pasta, y rodó la peli a lo bruto. Y digo a lo bruto, porque en EEUU le han dado una R, que sobre el papel significa que los menores de 17 tienen que ir acompañados de un adulto, y en la práctica significa "chavales venid a ver Kick-Ass (literalmente, "pateaculos"), que tiene que molar fijo".
Uno de los problemas clásicos de las películas basadas en comics (o novelas gráficas, para los puristas) es que no suelen saber manejar el tempo de la comedia con el ritmo de una película de acción. Lo bueno que tiene Kick-Ass es que no sólo consigue que el humor sea gracioso y la violencia sea creíble, sino que por el camino pone en pie a un personaje de 11 años que habría podido protagonizar Kill Bill, un malo simpático (Mark Strong, compensándonos por Sherlock Holmes) y hasta consigue componer a un Batman de andar por casa con un Nicholas Cage , que parecía sentenciado a pasarse el resto de su carrera haciendo películas de acción light para la Disney.
En fin, y perdón por la broma fácil, el culo que resulta pateado en este caso es el de la industria americana, acostumbrada a alimentarnos con recetas precocinadas, tan sanas que al final no saben a nada.

Siempre quedarán imbéciles y demagogos, como Roger Ebert, que clamen al cielo diciendo que películas como Kick-Ass son las que hacen que la juventud de hoy sea tan violenta. A mí personalmente, Kick-Ass me parece, como le pasaba a Kill Bill, tan violenta que resulta cómica. 
Y además, ni en los 60 los niños que veían a John Wayne ajusticiaban a continuación a sus padres, ni en los ochenta nos tirábamos por la ventana con una capa roja, ni ahora nadie se va a vestir de superhéroe y va a salir a la calle a repartir mamporros. Salvo los griegos, claro. 

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