Hace cuatro años hicimos un (buen) corto en el que dos personajes se quedaban atrapados entre los escombros de un edificio derrumbado. Buried parecía la versión larga de nuestro trabajo, pero al final es mucho más que eso.
Como digo, la premisa no es original. Ni siquiera es la primera historia de un tipo encerrado en un ataúd -mi historieta de Hazañas Bélicas favorita iba de un soldado enterrado vivo, y tampoco se puede olvidar la maravillosa escena de Kill Bill 2 con Uma Thurman bajo tierra, flashback parriba, flashback pabajo-. Pero Buried es un tour de force: un solo actor, un solo decorado, y 90 minutos por delante.
A Ryan Reynolds, el prota del asunto, le había visto en una comedia romántica tontorrona de la que no recuerdo el título, y también a raíz de ese bodrio superheroico que se anuncia como Green Lantern. Pero el mayor mérito de Reynolds había sido fuera de las pantallas, al haber fichado a Scarlett Johansson y acostarse con ella cada noche. Total, que el chaval llegaba con unas credenciales flojitas, y sin embargo deja una interpretación que para sí quisieran muchos actores de primera fila. Si le saben mover entre las bambalinas hollywoodienses, carne de Oscar.
Reconozco que soy muy fan de las películas con un solo escenario -*sigh*, La ventana indiscreta-, y en eso Buried es insuperable. Gana mucho, sospecho, en la pantalla de cine. Por momentos resulta angustiosa, por momentos repugnante, por momento brutal. Por darles tiempo, hasta llegan a colocar tres marcas -Blackberry, Zippo y Hamilton- a lo largo de la hora y media escasa.
Por último, desde el punto de vista patriotero, me gusta ver que a) en España de vez en cuando se hacen películas que da gusto ver -y con Celda 211 ya van dos en el mismo año-, y b) que esas películas funcionan comercialmente más allá de los Pirineos.
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