Los robots parlanchines son la primera saga de la que comento tres películas en este blog. Cinco años de posts dan para mucho, y aquí tenéis la primera y aquí la segunda.
Para mi alegría, no sólo he conseguido verla en dos dimensiones -no se me ocurre un dolor de cabeza más intenso que una peli de Michael Bay en 3D- y en mi sala favorita: la B del MK2 de la Bibliothèque François Miterrand.
Como expliqué en su momento, los Transformers ni me van ni me vienen, jamás jugué con ellos y si voy a ver las pelis es porque el que mueve la cámara se llama Michael Bay. En esta tercera parte uno ya no puede ir para disfrutar de Megan Fox, que es sustituida por una rubia con acento inglés y poco salero.
La película es mejor que la segunda aunque sólo sea por la última hora de metraje (la cosa dura dos horas y media) en la que hay una batalla acojonante con Chicago como ring. Esta vez Bay ha decidido hacerlo en plan salvaje, y no sólo los robots se mutilan de todas las maneras imaginables, sino que los humanos son fumigados como lo eran en Mars Attacks: lasereados hasta los huesos.
A diferencia de las anteriores películas, en ésta la acción transcurre en un rollo historia-ficción como en la última de los X-Men. En este caso, el macguffin de la historia se lo encuentran sobre la luna Buzz Aldrin y Neil Armstrong en 1969. Salen Kennedy, Nixon, y hasta Obama le impone una medalla a Shia LaBeouf (se entiende que no es debido a su contribución al universo de Indiana Jones).
Dicho lo cual, seis años ha pasado Michael Bay jugando con robots. Por el camino se han quedado guiones que podrían haber sido películas de haber estado él tras la cámara. Es hora de pasar página, con tres basta Mr Bay.
Para mi alegría, no sólo he conseguido verla en dos dimensiones -no se me ocurre un dolor de cabeza más intenso que una peli de Michael Bay en 3D- y en mi sala favorita: la B del MK2 de la Bibliothèque François Miterrand.
Como expliqué en su momento, los Transformers ni me van ni me vienen, jamás jugué con ellos y si voy a ver las pelis es porque el que mueve la cámara se llama Michael Bay. En esta tercera parte uno ya no puede ir para disfrutar de Megan Fox, que es sustituida por una rubia con acento inglés y poco salero.
La película es mejor que la segunda aunque sólo sea por la última hora de metraje (la cosa dura dos horas y media) en la que hay una batalla acojonante con Chicago como ring. Esta vez Bay ha decidido hacerlo en plan salvaje, y no sólo los robots se mutilan de todas las maneras imaginables, sino que los humanos son fumigados como lo eran en Mars Attacks: lasereados hasta los huesos.
A diferencia de las anteriores películas, en ésta la acción transcurre en un rollo historia-ficción como en la última de los X-Men. En este caso, el macguffin de la historia se lo encuentran sobre la luna Buzz Aldrin y Neil Armstrong en 1969. Salen Kennedy, Nixon, y hasta Obama le impone una medalla a Shia LaBeouf (se entiende que no es debido a su contribución al universo de Indiana Jones).
Dicho lo cual, seis años ha pasado Michael Bay jugando con robots. Por el camino se han quedado guiones que podrían haber sido películas de haber estado él tras la cámara. Es hora de pasar página, con tres basta Mr Bay.
1 comentarios:
Ya te contare cuando la vea a ver si coincido...
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