Mark Knopfler, o la voz de su mano


Ayer estuve viendo a Mark Knopfler en el palacio de los deportes de Bercy, el cantante cuya voz real está en su guitarra. Segunda vez que lo veía, después de un debut brutal al lado del mítico Obelix, que fue el que me metió en el rollo Dire Straits allá por 1986 gracias a un VHS de Alchemy (best. concert. ever.).
Me llamó la atención nada más entrar que a) dejan beber alcohol en el sitio -mientras que en los estadios de fútbol no- y b) la gente en el foso, pegaditos al escenario, estaban cómodamente sentados. Sositos, estos gabachos.


A decir verdad, lo último que quiero en un concierto de Mark Knopfler son sorpresas. Tócate tus temitas en solitario, para regocijo de la discográfica e inflación del propio ego, y luego pasa a los clásicos, anda Mark. Y eso hizo. Se tocó las que para mí son sus mejores canciones en solitario -Why aye man, What it is, Sailing to Philadelphia- y, de buenas a primeras, dejó caer un Romeo & Juliet de los Straits. Punteíto y a volar. Ahí el público se arrancó con una ovación por primera vez en la noche.
Y, en una transición tan clásica como la marcha Radetzky en año nuevo, nos dedicó a todos un thank you y atacó Sultans of swing. SI quedaba en la sala algún escéptico sobre el estado de forma de Knopfler, con unos añitos a las espaldas ya, el solo final disipó cualquier duda.
Eso sí, donde el público en Madrid estaba -literalmente- botando y cantando oé oé oé, la gente en París aplaudió con ese estilo francés de dejar la mano izquierda quieta y mover clap clap la derecha, y se fumó un puro.
Después de los dos clásicos, le dio el momento improvisación, haciendo con su banda lo que cualquier ser humano describiría como country, que resultó ser bluegrass.
Tras el momento lúdico-festivo, cerró el show con Telegraph road, ese temazo de 8 minutos del Love over gold de los Straits.

Había un bis, y lo sabíamos todos los allí presentes. Mi apuesta era Brothers in arms -tremenda, sin duda lo mejor de los Straits y en mi top 3- y Walk of life. Fallé en la última, que cambió por So far away, que tampoco es moco de pavo. Luego, el clásico cierre de concierto con Going home, que es una canción que, para que os voy a engañar, tampoco me pone mucho. Para eso, que se hubiese tocado el temita de La princesa prometida y hubiésemos llorado todos.

Dentro de unos días toca cuatro o cinco noches seguidas en el Royal Albert Hall de Londres. Mataría ancianos y niños por estar en ese concierto. Pero no. A joderse tocan.
Me quedo con la copla. Nos vemos en la próxima, Mark.

1 comentarios:

concha said...

Pero cómo eres tú tan melómaniaco de los Dire Straits que eran nuestros de los años 70-80. Yo tengo vinilos y tú sin saberlo! Como ya sé que sabes, he vuelto y todavía no te he leido a fondo pero lo haré porque soy seguidora de tu blog. Kisses aunque sin reclamar